jueves, 11 de junio de 2009

Mi Papel

Hay tantas cosas que quiero volcar, tantas dudas que me asaltan, tantos sentimientos encontrados que no sé si seré capaz de poner un cierto orden a mis ideas.

Creo que, en estos momentos, lo mejor será situar en que estado anímico me encuentro.

Estas confesiones se han desarrollado en menos de un mes. En menos de un mes he pasado de tener, a mi lado, un hombre especial a tener a una futura mujer.

Lógicamente, todo esto ha producido en mi cabeza ciertos sentimientos encontrados, ciertas dudas, ciertas preguntas. He analizado muchas cosas, muchos comportamientos, muchas conversaciones. He intentado asumir, entender, ayudar… me he sentido al borde de la depresión más profunda.

La gente me ve como una mujer fuerte y segura… nada más lejos de la realidad, en mi interior soy muy frágil e insegura. Quizás se vea esa imagen de mí porque, de primeras, no me entrego a la gente, la voy observando, voy viendo sus actos y conforme voy cogiendo confianza y me dan seguridad me entrego completamente, en ese momento, cuando me siento en un entorno seguro, es cuando permito que vean mis debilidades y mis temores.

He pasado unos días aterrorizada; en la soledad de mi habitación he llorado mucho intentando comprender el porque estaba pasando esto, he llorado mucho intentando encontrar posibles soluciones. Me ha costado mucho dormir, por las noches, porque el llanto se apoderaba de mí.

La gente que me conoce sabe que soy excesivamente expresiva (en algunas ocasiones para mi desgracia), con sólo mirarme a los ojos pueden saber cual es mi estado de ánimo. Todas las mañanas al mirarme al espejo, antes de ir a trabajar, veía la tristeza reflejada en mi mirada, el llanto a punto de aparecer… acudía al trabajo aterrorizada porque sabía que si alguien me preguntaba que me pasaba no iba a poder reprimir las lágrimas. Curiosamente nadie de mi entorno, más cercano, me ha hecho la temida pregunta, sólo ha habido una persona (a la que sólo he visto dos veces) que me dijo el sábado, en medio de una cena, “¿Qué te pasa que tienes los ojos brillantes?”. En ese momento noté un nudo en la garganta, noté como las lágrimas querían salir pero sabía que no debía permitir que eso sucediera (no estaba en mi ciudad, nos encontrabamos cenando con sus amigos, que no saben nada, y se celebraban varios cumpleaños)

Ya he comentado que me he sentido al borde de la depresión, que he sentido como toda esta situación se estaba apoderando de mí, de mi vida, de mis acciones, de mis sentimientos, de mi alegría… me he repetido, en muchas ocasiones, que NO me lo podía permitir a mi misma, que tenía que luchar contra ello pero… ¿Cómo? No encontraba donde agarrarme para poder salir a flote.

El otro día al terminar una de las conversaciones que hemos tenido durantes estos días sobre este tema, al colgar el teléfono, sentí una gran tranquilidad, una gran paz interior, fue como si alguien hubiera encendido la luz y pudiera ver con completa claridad todo. No sé que parte de la conversación (si fue algo que el me dijo o algo que me oí decir a mi misma) provocó esta sensación sólo sé que, en ese momento, me dí cuenta de cual era mi papel en todo este tema, me dí cuenta de la actitud que debía adoptar, las lágrimas cesaron (aunque reconozco que en algún momento puntual me sigue saltando alguna, pero eso sólo significa que tengo sentimientos) y pude descansar por primera vez en todos estos días.

Hasta ese momento yo había intentado formar parte de la historia, había intentado ayudar, sugerir, había intentado que él comprendiera como me estaba sintiendo yo y el porque… lo que en más de un momento provocó reacciones de ira, por su parte, que aún me producían más confusión.

En ese preciso momento, cuando colgue el teléfono, me dí cuenta de que yo no formaba parte de ese proceso, que yo no tenía ningún problema, que mis ideas están muy claras y que no debía empeñarme en llevar esa carga sobre mis hombros. Me dí cuenta de que el papel que me tocaba interpretar, en esta historia, era el de observadora… no puedo hacer otra cosa más que observar lo que va sucediendo e ir tomando decisiones o irme adaptando a la situación, según considere oportuno en cada momento.

La tranquilidad ha vuelto a mi vida, aunque en algunos momentos no pueda evitar el llanto, pero sé que no debo nadar contra corriente, sé que debo reservar fuerzas para el momento en que las pueda necesitar.

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